martes, 4 de septiembre de 2012

El Cantar del Mio Cid


 DE CÓMO NACIÓ LA LITERATURA EN LENGUA ESPAÑOLA

Las primeras obras literarias escritas en una lengua española aparecieron hacia el año 1040 de nuestra era. 
Su nacimiento fue muy humilde, pues se trataba de unas cancioncillas de tema amoroso (por lo general de una doncella que se lamenta de la ausencia de su amado) compuestas de dos a cuatro versos que servían de estribillo a unas composiciones largas, escritas en árabe o hebreo. Esas cancioncillas anónimas, llamadas jarchas, fueron escritas en una lengua hablada por los mozárabes, es decir, por cristianos que habitaban en territorio sometido a los árabes.
Para comprender mejor cuanto acaba de formularse y lo que a continuación seguirá, conviene tener en cuenta que en el siglo XI la Península Ibérica estaba dividida en dos bloques: la España cristiana y la España musulmana. La primera, constituida por pequeños reinos (León, Castilla, Navarra, Aragón y Cataluña) separados de los musulmanes por los ríos Tajo y Ebro, era pobre, austera y con un proyecto de vida colectivo que influyó decisivamente en la manera de vivir y en el sistema de valores de todos sus habitantes. 
 La segunda mitad de España en el siglo XI también estaba fraccionada en pequeños reinos (llamados taifas) y un territorio, tan amplio como todos ellos, dominado por los almorávides, que llegaba hasta el extremo sur de la Península, lindando con el mar.
En ese continuo avance hacia el sur que fue la Reconquista quedarían enclaves humanos de uno y otro bando en las ciudades conquistadas o perdidas: se llamarían mozárabes a los cristianos que vivían en territorio musulmán, y mudéjares a los musulmanes que habitaban en los estados cristianos. Por último, hubo también comunidades judías que indistintamente habitaron en territorios moros o cristianos.

No hay que suponer ingenuamente que los ocho siglos que duró la Reconquista fueron de lucha y aniquilación incesantes; hubo largas treguas de paz en las cuales moros y cristianos se trataron amigablemente, intercambiaron saberes, técnicas y hasta modos de vivir. Siempre adversarios y sólo enemigos en las etapas de lucha abierta, hubo más tolerancia y respeto mutuos que intransigencia y desprecio.

En cuanto a la lengua hablada en la España medieval, ocioso parece recordar que hubo dos bloques lingüísticos: en la España musulmana se hablaba árabe, en la cristiana un latín que con el paso del tiempo fue transformándose en varias lenguas (lenguas románicas) que en su última evolución son las que hoy día hablamos los españoles: castellano, gallego y catalán. (El vasco no entra en la precedente explicación por tratarse de una lengua que no procede del latín.)
Volviendo a las jarchas, primer testimonio literario escrito en lengua romance, diremos que no es de fácil comprensión su lectura: el dialecto mozárabe del siglo XI en el que están escritas se manifiesta salpicado de palabras árabes, lo cual complica mucho su entendimiento. He aquí una muestra:
Ya mamma, me -w I'habibe
baise no más tornarade.
Gar ké faré yo, ya mamma:
¿No un bezyello lesarade?
Estos cuatro versos del arcaico dialecto mozárabe quieren decir: « Madre, mi amigo / se va y no tornará más. / Dime, qué haré yo, madre: / ¿No me dejará [siquiera] un besito?» Así se expresaban miles de españoles del siglo XI en las ciudades ocupadas por los árabes. El encanto de tales cancioncillas cautivó a muchos escritores árabes y judíos de aquel entonces, y, oídas de humildes labios mozárabes, aquellos escritores cultos y refinados las insertaban en sus poemas cultos como una nota pintoresca y exótica.


CANTARES DE GESTA: HÉROES Y GUERREROS

En la España de los reinos cristianos del siglo XII, las cualidades más apreciadas de un hombre eran el valor físico y la capacidad para organizar un ataque guerrero, una resistencia o una ciudad conquistada. La lealtad a los jefes y a los compañeros de lucha, la protección a los débiles - mujeres, niños y ancianos- y el respeto y devoción a la fe cristiana eran condiciones ineludibles que debían ponerse de manifiesto en cualquier hombre que aspirase a ser cabeza de una comunidad.
La respuesta que la literatura daría a las exigencias mencionadas, fueron los poemas épicos cantares de gesta. Aunque se tiene la certeza de que se escribieron muchos, sólo uno nos ha llegado completo: El Cantar de Mío Cid, Se exalta en él la figura de don Rodrigo Díaz de Vivar, infanzón castellano nacido hacia 1043 y muerto en Valencia en 1099. Héroe de carne y hueso que inspiró nuestra primera obra literaria.
El Cantar de Mío Cid ha llegado hasta nosotros en un sólo manuscrito de autor anónimo, pues únicamente sabemos el nombre de la persona que hizo la copia, un tal Per Abbat. Esa copia única y preciosísima se conserva guardada en la Biblioteca Nacional de Madrid. Está compuesto de 3.735 versos y dividido en tres grandes partes, a saber: El destierro, Las bodas de las hijas del Cid, y La afrenta de Corpes. En ellas se relatan las hazañas del Cid, nombre dado por los musulmanes a don Rodrigo Díaz de Vivar (sidi en árabe significa «señor»), desde su salida de Castilla, desterrado por el rey, hasta la conquista de Valencia.
En el Cantar Primero (El destierro) se cuenta la salida de Castilla, la despedida del Cid de su esposa, doña Jimena, y de sus hijas, doña Elvira y doña Sol, y la entrada en tierras de moros del pequeño ejército cidiano, con las primeras escaramuzas, batallas y victorias. En esta parte conocemos a los principales personajes del Cantar: a Minaya Alvar Fáñez, lugarteniente del Cid; a Martín Antolínez, «el burgalés cumplido, el burgalés de pro», caballero pícaro que engaña a los judíos Raquel y Vidas, obteniendo de ellos un préstamo de seiscientos marcos a cambio de unas arcas llenas de arena que Martín Antolínez asegura que están repletas de oro; engaño que permite al Cid abastecer a su pequeño ejército de amigos y parientes. En este Cantar Primero está uno de los episodios más finamente humorísticos de la obra: el vencimiento y prisión del conde de Barcelona, quien declara una huelga de hambre, que cesa al ser invitado por el Cid a una suculenta comida, tras la cual el conde, malhumorado, fanfarrón y cobardica, recobra su libertad, otorgada generosamente por don Rodriga. El rey de Castilla Alfonso VI comienza a dar señales de reconciliarse con el Cid cuando recibe los obsequios que éste le envía a través de Minaya Alvar Fáñez.
El Cantar Segundo (La bodas) se inicia con la campaña levantina hasta el cerco y conquista de la ciudad de Valencia. El rey se reconcilia formalmente con don Rodriga y propone a éste las bodas de doña Elvira y doña Sol con los infantes de Carrión. Celébranse las bodas en Valencia.
El Cantar Tercero (La afrenta de Corpes). Los yernos del Cid, don Fernando y don Diego, infantes de Carrión, que en principio fueron bien acogidos por los guerreros y parientes cidianos, al dar pruebas de indudable cobardía ante el enemigo musulmán son tratados con desprecio y burla por quienes anteriormente les habían recibido con respecto y afecto. Despechados los infantes se despiden del Cid y, con el pretexto de mostrar a sus esposas las tierras de Carrión, abandonan Valencia. En el camino desfogan en sus jóvenes esposas todo el resentimiento y la ira que han ido acumulando, las golpean brutalmente y las abandonan, medio desnudas e inconscientes, en el Robledal del Corpes. De allí son rescatadas y auxiliadas por su primo Félez Muñoz. Cuando el Cid se entera del inicuo comportamiento de sus yernos, actúa ateniéndose a la legalidad: en vez de tomarse la justicia por su mano, solicita del rey una reunión urgente de las Cortes en Toledo. Allí tendrá lugar lo que hoy llamaríamos un juicio civil en el cual don Rodrigo recupera sus espadas Colada y Tizona (valiosísimas, ofrecidas como regalo a los infantes con motivo de las bodas) y la dote de sus hijas. Liquidada la cuestión civil, los infantes son acusados de felonía y cobardía. Estas acusaciones se dirimen en un duelo que tres semanas más tarde tiene lugar en las tierras de Carrión y en presencia del rey. Luchan por el honor del Cid, Pero Bermúdez y Martín Antolínez contra don Fernando y don Diego, los infantes de Carrión. Salen vencedores en el duelo los caballeros del Cid, por lo cual, según las leyes del honor medieval, queda restaurado el buen nombre de don Rodrigo Díaz de Vivar y de su familia. Los últimos versos del Cantar nos dan noticia de los nuevos casamientos de doña Elvira y doña Sol con los príncipes de Navarra y Aragón, lo que gozosamente hace exclamar al autor del Cantar: « Hoy los reyes de España sus parientes [del Cid] son a todos alcanza honra por el que en buena hora nació».
El resumen que acabamos de exponer sobre el argumento del Cantar de Mío Cid es una pobre muestra de lo que ofrece al lector un libro singularísimo pleno de hallazgos literarios tan geniales en una obra tan primitiva. Su anónimo autor (o autores, si hemos de aceptar la teoría de don Ramón Menéndez Pidal de que fueron dos poetas quienes intervinieron en la redacción) poseía el don de individualizar a cada personaje adjudicándole una característica propia, real y convincente: Pero Bermúdez es tartamudo, y como tal se atasca cuando comienza a hablar, pero una vez que arranca no hay quien le pare; del infante de Carrión don Fernando se advierte que es hermoso, pero cobarde («¡Eres fermoso, mas mal barragán!»); Asur González, hermano mayor de los infantes, se presenta ante las Cortes arrastrando el manto y rojo y abotargado de lo mucho que ha comido y bebido, por lo cual un hombre del Cid le recuerda a voces que su aliento repugna a todos a quienes Asur se acerca. Podríamos seguir enumerando otras muchas caracterizaciones, pero como muestra basten las enunciadas. El Cantar ofrece un buen número de episodios que reflejan el genio de un poeta rudo y delicado a la vez. Es conmovedora, por su mezcla la ternura y altiva compasión, la escena de la niña de nueve años que detiene al Cid a la puerta de la posada de Burgos rogándole que no entre porque, de hacerlo, el rey castigará cruelmente a sus moradores. Es divertido el incidente del león huido que entra en la estancia donde el Cid duerme en su sillón, y mientras sus hombres lo rodean, aprestándose a su defensa y protección, los dos yernos huyen despavoridos; uno, don Diego, gritando «¡Nunca veré Carrión!» y ocultándose tras una viga de lagar, de la que saldrá todo sucio; el otro infante, don Fernando, no duda en ocultar su miedo metiéndose bajo el sillón donde duerme el Cid. Para abreviar, piénsese en escenas de mayor autoridad: la del Robledal de Corpes y la que transcurre en las Cortes de Toledo.
El poema se escribió y fue utilizado para la transmisión oral, por ese motivo hay cientos de sus versos en los que se percibe que están allí para ser oídos y noleídos; que se cuenta con la emoción del auditorio, al que se espolea para que haga un esfuerzo y vea lo que oye. No obstante, un lector moderno puede gozar con su lectura. Lo arcaico de su lengua dificultará a algunos el goce, aunque pueden soslayar la dificultad acudiendo a excelentes versiones en español moderno realizadas con escrupulosa fidelidad al texto primitivo. Recomendamos la excelente versión del profesor López Estrada, entre otras varias que existen.
La figura literaria del Cid no se echó en olvido en los siglos siguientes. A partir del siglo XV en cientos de romances aparecen don Rodrigo y sus amigos y familiares. Luego se hicieron comedias sobre él, como Las mocedades del Cid, del valenciano Guillén de Castro; en Francia, Corneille escribió Le Cid, que aún hoy día sigue representándose; poetas de principios de siglo han recibido inspiración de figuras y episodios del viejo Cantar, como Rubén Darío y Manuel Machado; de la patética escena del Robledal de Corpes surgió el drama Las hijas del Cid, de Eduardo Marquina. En 1961 la figura de don Rodrigo Díaz de Vivar alcanzó una popularidad internacional al ser llevada al cine en la película El Cid, protagonizada por el norteamericano Charlton Heston y la actriz italiana Sofía Loren, en los papeles de don Rodrigo y doña Jimena. Por último, en 1974 el comediógrafo Antonio Gala ha estrenado una obra titulada Anillos para una dama, cuya protagonista es doña Jimena, ya viuda del Cid, presentándonosla víctima de la sociedad que le tocó vivir y, sobre todo, víctima del mito cidiano, puesto que el tema principal de la comedia de Gala es que doña Jimena no puede tener una vida personal (amar a Alvar Fáñez, ser su esposa; no, es la viuda del Cid y en ella se prolonga el mito de su esposo).
Para terminar, recordamos lo anteriormente advertido: aunque sólo se nos conserva completo el Cantar de Mío Cid, otros muchos poemas semejantes a él, pero con otros héroes, se escribieron. De ellos nos quedan partes incompletas y fragmentos desperdigados. Entre aquellos de que se tiene noticia, están los siguientes: Roncesvalles, Los siete infantes de Larael Cerco de Zamora, el Cantar de Rodrigo y el Rey Fernando y el Cantar de la campana de Huesca.


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