miércoles, 14 de noviembre de 2012

La revista Avance y la vanguardia literaria cubana



La Revista de Avance (1927-1930), no fue una simple publicación de inicios del siglo XX; con su carácter renovador logró actualizar la cultura literaria, plástica y musical de los cubanos.


Su aparición marca un hito en la ruptura con el academicismo en la pintura y simultáneamente refleja una cubanía nutrida de toda la contemporaneidad y nuevos aires que demandaba la época.

Con la Exposición de Arte Nuevo que presenta esta publicación en 1927 se destaca el movimiento vanguardista en la plástica más que como escuela independiente, como una amalgama de expresión y sentimientos que reflejan la rica mezcla que compone nuestro carácter.

En sus páginas estaban los nuevos y viejos valores de esta rama de las artes: Eduardo Abela, Rafael Blanco, Carlos Enríquez, Víctor Manuel, Antonio Gattorno, Hernández Cárdenas, Ramón Loy, Hurtado de Mendoza, Domingo Ravenet, Massaguer, Jaime Valls, Romero Arciaga, Angelo, Enrique Riverón, Castanno, Segura, Sabas, Marcelo Pogolotti, Fidelio Ponce, Wifredo Lam, Amelia Peláez, Jorge Arche, Domindo Ravenet, entre otros.
La revista, publicada inicialmente con carácter quincenal y mensualmente después, puede destacarse como núcleo también de la vanguardia literaria cubana.


El primer número nace el 15 de marzo de 1927. En realidad el título original de la publicación se corresponde con los sucesivos periodos en que ve la luz, variando de año en año (1927, 1928, 1929 y 1930), de acuerdo con el deseo de impulso advertido en el Nro. 1: «No que creamos que 1927 signifique nada, sin embargo, el año que viene, si aún seguimos navegando, pondremos a la proa “1928” y al otro, “1929”; y así ... ¡Queremos movimiento, cambio, avance, hasta en el nombre!...».

La Revista de Avance se afirma como un órgano medular de renovación estética y literaria, convirtiéndose en un referente obligado para indagar en la historia cultural cubana. Alejo Carpentier, Jorge Mañach, Martí Casanovas, Francisco Ichaso y Juan Marinello fueron sus editores, sin dudas figuras insignes del panorama literario en la isla.

De sus cincuenta números merecen subrayarse los dedicados a Ramón Gómez de la Serna, a México y sus escritores, a José Martí, a Waldo Frank y un homenaje póstumo a José Carlos Mariátegui, con quien tuvieron una vinculación muy directa por razones ideológicas y artísticas.


Firmado por los miembros del equipo editorial, la sección «Directrices» incorpora investigaciones sobre los aspectos culturales o cualquier otro asunto de interés. En «Letras extranjeras» destacan los más notables acontecimientos de actualidad en la literatura no hispánica. Se cubren las noticias literarias del Continente Americano con el capítulo «Letras hispánicas».

Entre algunos de los colaboradores más frecuentes figuran Agustín Acosta, Mariano Brull, Alfonso Hernández Catá, Félix Pita, Regino Pedroso o Enrique José Varona. También aparecen trabajos de destacados intelectuales extranjeros. Desempeñan un significativo papel en la divulgación de la música y las artes plásticas. El pintor cubano Carlos Enríquez es uno de sus ilustradores.

La Revista de Avance se entronca con una inquietud de afirmación nacional, por lo que una de las vertientes exploradas en ella es la poesía negra. Los vanguardistas cubanos ponen en marcha una simbiosis entre la tradición africana y la modernidad bajo el soporte de los trabajos etnográficos de Fernando Ortiz y los cuentos folklóricos de Lydia Cabrera. Se último número data del 15 de septiembre de 1930.<


Lydia Cabrera es la persona que mejor ha descrito las creencias y prácticas de las religiones africanas traídas a Cuba por los negros esclavos. En la isla la religión más aceptada por la sociedad siempre ha sido el catolicismo pero son las religiones africanas las dueñas de la devoción. Debido a su falta de aceptación y considerarse creencias inapropiadas, por mucho tiempo se clasificaron de ocultismo y por tanto tabú. Lydia Cabrera las trajo a la luz, las presentó como son, terminando con la incredulidad.
Entre sus libros encontramos algunos de cuentos. Leyendas de la sociedad negra en Cuba pasadas de padrinos a ahijados de gran valor cultural y religioso. Uno de sus libros El Monte es considerado La Biblia por muchos creyentes.

Nacida en Nueva York, sus padres regresaron a Cuba cuando aun era pequeña. Desde los catorce años ya se publicaba en los periódicos de La Habana bajo el seudónimo de Nena. Durante su juventud vivió un tiempo en París. Colaboró en muchas publicaciones cubanas y francesas. De los escritores contemporáneos cubanos, posiblemente Lydia Cabrera sea la más aclamada y reconocida por el público. Con respecto a estudios en la cultura Afrocubana, Lydia Cabrera, es la última palabra.

A partir del reconocido origen de la literatura cubana, desde el poema épico Espejo de Paciencia,7 hay en nuestras letras un incipiente criollismo, muestra de la nueva realidad económica, política y social de Cuba en el siglo xvii en la que aparece ya el componente africano. Lo criollo en el poema de Balboa incluye ya una visión realista de la presencia del negro en la literatura cubana, primicia de lo que en siglos posteriores sería considerado como costumbrismo. (Varios, 1983:33)
El negro y su mundo: mitos, costumbres, religiones, surgen con mayor fuerza en la narrativa cubana a partir de los cuadros costumbristas que se dan a conocer desde fines del siglo xviii en la prensa habanera, específicamente en el Papel Periódico de La Havana (1790). No es hasta la década de los años 30 del siglo xix que brotan obras narrativas breves, tales como Una Pascua en San Marcos, de Ramón de Palma, El Ranchador, de Pedro José Morillas y El Niño Fernando, de Félix Tanco, en las que el negro aparece representando a esclavos, criadas, caleseros, guardieros.
«En el siglo xix lo popular descansó en la décima, llevando los caracteres del ambiente y de las razas que luego serán huellas de nacionalismo, si los consideramos dentro de las fórmulas sociales definidas». (Guerra, 1938) El texto-disertación hace referencia a la obra poética del escritor cubano Manuel Cabrera Paz, y expone las particularidades de los versos, en los que la voz del negro aparece como protagonista en cautiverio, como tipo de la época.
Esta impresión del costumbrismo del siglo xix constituye un antecedente primordial de lo que después sería la literatura negrista del siglo posterior. Decimos antecedente porque el negro es visto por el costumbrismo desde una óptica que responde a los intereses y preocupaciones de los blancos; por eso aparecen en estas breves narraciones como personajes estereotipados y estigmatizados, hechos que luego el naturalismo refleja de una manera más integradora.

A partir del naturalismo y en las dos primeras décadas del siglo xx comenzaría a darse una visión más directa y realista, como expresión del esencial proceso de integración etnocultural que iba aconteciendo, en el que subyacen nuevas formas de explotación y de discriminación, otras variantes de las injusticias y fraudes de los poderosos para enriquecerse y mantener sus privilegios.

Ya a partir de la tercera década del siglo xx, en el marco de consolidación de la cultura nacional cubana, el tema negro alcanza rango preponderante, acontecimiento evidente en las primeras producciones poéticas de Nicolás Guillén: Motivos de son (1930) y Sóngoro Cosongo (1931); así como en Emilio Ballagas, Ramón Guirao, José Zacarías Tallet, entre otros.

Muchas de estas obras fueron recogidas en antologías poéticas como las preparadas y prologadas por Ballagas: Antología de la poesía negra hispanoamericana (1937) y Mapa de la poesía negra americana (1946); y la de Guirao: Órbita de la poesía afrocubana 1928-37 (1938).

En el campo de la narrativa se destacan las novelas ¡Ecue-Yamba-O! (1933), de Carpentier; El negrero (1933), de Lino Novás Calvo; Caniquí (1935), de José Antonio Ramos, El negro que se bebió la Luna (1937), de Luis Felipe Rodríguez y ...

Entonces aparecieron también antologías de cuentos como: Cuentos contemporáneos (1937); el libro de leyendas ¡¡Oh, mío Yemayá!! Cuentos y cantos negros (1938), de Rómulo Lachatañeré; Cuentos y leyendas negros de Cuba (1942), de Ramón Guirao; Cuentos negros de Cuba (1940) y Porqué...Cuentos negros de Cuba (1948), de Lydia Cabrera; Cuentos populares cubanos, en dos tomos (1960 y 1962), de Samuel Feijóo.

El auge de los estudios folklóricos también favoreció un aumento en las producciones de carácter litúrgico, que, en su mayoría, realizaron interesantes acotaciones sobre la presencia africana en la cultura cubana. En este sentido sobresalen: Manual de Santería (1942), de Rómulo Lachatañeré; El Monte (1954), de Lydia Cabrera; Diálogos imaginarios (1979), de Rogelio Martínez Furé.

Esta literatura, tanto la historiográfica, la asociada a contenidos litúrgicos y la artístico-literaria afiliadas al tratamiento del tema del negro, entrañan un acercamiento consciente a la vida sociorreligiosa, a la cultura, a las costumbres, en fin, a los componentes identitarios asumidos en toda la herencia cultural africana.

El influjo del componente africano se transmitió en Cuba, principalmente, mediante la tradición oral, que recogía un considerable número de mitos y leyendas, conocidos como patakíes y kutuguangos. Los escritores cubanos que integraban la corriente negrista -y en particular Lydia Cabrera- se ocuparon, en gran parte, de aunar la tradición folklórica de origen africano a través de la inclusión, en sus páginas, de patakíes y kutuguangos.

La cultura africana posee un riquísimo corpus de mitos que se ha transmitido de generación en generación. Estos relatos de carácter religioso reciben el nombre de patakíes o kutuguangos, y los patakíes son los mitos recogidos por la tradición folklórica de ascendencia lucumí; mientras los kutuguangos, pertenecen entonces al complejo mítico de filiación bantú.


Como sucede en todas las mitologías, tanto los patakíes, como los kutuguangos, nos obligan a retroceder cronológicamente hasta los tiempos aurórales, y representan el sagrado momento de los orígenes del mundo y de la especie humana. Los fieles no consideran estas narraciones como cuentos, por el contrario, para ellos constituyen una realidad plena: la verdad más profunda, primordial y última.

Los mitos explican los fundamentos del universo y de los seres que lo pueblan. Al recitar los mitos el hombre actual reconstruye la era fabulosa de los dioses y los héroes. Al "vivirlos" (o "re-vivirlos") religiosamente hablando, es decir, al recobrar la memoria del grupo, se sale del tiempo profano y cronológico para entrar en un tiempo "místico", repleto de energía vital y de prodigiosa fecundidad. La resurrección (por vía narrativa) de esa realidad prístina, original, permite que se justifiquen y reglamenten las creencias, que se garantice la eficacia de los mitos y que se establezca la tabla de valores que debe guiar la existencia humana.


Alejo Carpentier


(La Habana, 1904 - París, 1980) Novelista, narrador y ensayista cubano con el que culmina la madurez de la narrativa insular del siglo XX, además de ser una de las figuras más destacadas de las letras hispanoamericanas por sus obras barrocas como El siglo de las luces.


Sobre su biografía existen varias lagunas y contradicciones dada la desigual información de la que se dispone. Según el propio autor, nació en La Habana, fruto del matrimonio de un arquitecto francés y una pianista rusa, y se formó en escuelas de Francia, Austria, Bélgica y Rusia. Tras su muerte, sin embargo, se empezó a documentar una muy distinta biografía que situó el nacimiento del autor en Suiza, procedente de una familia humilde que emigró a Cuba instalándose en el pueblo de Alquízar, donde el futuro escritor trabajó como repartidor de leche.


Lo que sí está fuera de dudas es que Carpentier inició su actividad literaria en simultáneo con la musicología, su otra vocación de toda la vida en la dirección de la revista Carteles, entre 1924 y 1928. Además, colaboró en la fundación de la Revista de Avance, en 1927. En 1928 fue encarcelado bajo la dictadura de G. Machado y a la salida huyó de la isla, hasta que regresó a ella, tras un exilio en París de prácticamente una década. De este período fue su primera obra, Ecué-Yamba-O (publicada en 1933, aunque al parecer la escribió ya en 1927), una novela de temática negra con la que Carpentier inauguró su carrera como escritor.

En 1944 se trasladó a Caracas, donde vivió varios años, dedicándose al periodismo radiofónico y ejerciendo también de profesor universitario y columnista en diarios y revistas, mientras realizaba una interesante difusión de la música contemporánea. Luego de una temporada en Haití, regresó a Cuba tras la Revolución castrista y ocupó varios cargos oficiales hasta que en 1966 fue nombrado embajador en París, donde permaneció hasta sus últimos días.

Su actividad literaria, aunque iniciada en 1933, no tuvo continuidad hasta 1944, año en que vio la luz una compilación de cuentos titulada Viaje a la semilla. Escribió también antes de su siguiente novela un ensayo titulado La música en Cuba (1946). Finalmente, en 1949, apareció uno de sus trabajos literarios más emblemáticos: El reino de este mundo, un ejercicio de excelente rigor histórico, como serán en adelante la mayor parte de sus obras, en el que Carpentier narró un episodio del surgimiento de la república negra de Haití. Precisamente en el prólogo de esta novela, el autor expuso la tesis que definía "lo real maravilloso".

Su definitiva consagración como escritor llegó sin embargo con Los pasos perdidos (1953) novela en la que un musicólogo antillano que reside en Nueva York, casado con una actriz, es enviado a un país sudamericano con el encargo de rescatar y encontrar raros instrumentos.

En el viaje lo acompaña una amante francesa, que parece representar la decadencia europea y a la que el musicólogo abandona por una mujer nativa a través de la cual entra en contacto con la vida de una comunidad indígena, de donde es rescatado y llevado de nuevo a una civilizada ciudad a la que no llega jamás a adaptarse, hasta que regresa a la selva. Un relato abstracto e irreal donde se funden los conocimientos y la inteligencia del autor con las imágenes más profundas de su expresión literaria.

Más tarde llegó El acoso (1956), tras su experiencia en Venezuela, una novela corta de temática entre política y psicológica, donde se refleja fielmente el círculo de represión y violencia de la Cuba anterior a la Revolución, en la década de 1950, aunque no fue una novela documental: en esta obra los episodios se suceden en coincidencia con los cuarenta y seis minutos que dura la interpretación de la Sinfonía Heroica de Beethoven.

Le siguió el volumen Guerra del tiempo (1958), donde el autor reunió tres relatos que suponían otras tantas variaciones sobre el tiempo en una ambientación pretérita: Camino de Santiago, una reedición de Viaje a la semilla y Semejante a la noche.Fueron tres breves incursiones de Carpentier en el mundo de lo fantástico y de la ficción, protagonizadas por la irreversibilidad de lo ocurrido. Posteriormente, regresó a la novela histórica con El siglo de las luces(1962), ambientada en Francia y las Antillas en el período de la Revolución Francesa.

En esta obra narró la peripecia de un personaje llamado Víctor Hugues que llevó a la isla de Guadalupe la ideología de los revolucionarios franceses y también la guillotina. Una novela cautivante que confirmó el poder de convocatoria visual de su autor, en la que presenta personajes y ambientes lejanos en la historia y los acerca al lector atrapándolo en un asombroso tejido verbal.

A esta célebre novela siguió Concierto barroco (1974), una obra breve donde reconstruyó con minucioso detalle y estricto rigor histórico y musicológico, el viaje de un criollo por la Europa dieciochesca, acentuando la funcionalidad de la música en su narrativa, ya que el libro está organizado y estructurado sobre fundamentos musicales, y el mismo año El recurso del método, en la que recrea la imagen del tirano ilustrado, en versión latinoamericana.

Cronológicamente se sitúa luego La consagración de la primavera (1978), novela en la que recreó una historia ambientada en tiempos de la Revolución Cubana y que había anticipado en forma de relato breve en Los convidados de plata (1973). La consagración de la primavera muestra su proceso autorreflexivo acerca de las revoluciones, a lo largo de un período que abarca desde la soviética hasta la castrista, incluyendo los hechos de Playa Girón, y donde además aparecen la Guerra Civil española y los ecos de la Segunda Guerra Mundial. Finalmente,El arpa y la sombra (1979), supuso una visión desmitificadora de Cristóbal Colón a través del relato de una íntima confesión en la que el Almirante, a las puertas de la muerte, decide hacer una especie de inventario de sus hazañas y debilidades.

En su totalidad, la narrativa de Carpentier no se caracterizó por los análisis psicológicos, dada la vastedad de una propuesta que planteaba más bien la diversidad de lo real. No mostró por tanto con excesivo detalle los aspectos de la vida individual, más allá de arquetipos como el Libertador, el Opresor o la Víctima. Su propósito central fue acaso cambiar la perspectiva del lector, trasladarlo hasta un universo más amplio, un cosmos donde la tragedia personal queda adormecida dentro de un conjunto que, aun siendo sencillo, es mucho más vasto y profundo.

Cabe recordar también sus títulos teóricos, tales como Tientos y diferencias (1964), Literatura y conciencia política en América Latina (1969) y Razón de ser (1976), ensayos recogidos en un volumen publicado póstumamente en La Habana, precisamente bajo el título genérico de Ensayos(1984). En 1977 se le concedió el Premio Cervantes.



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